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Meditación de los 5 reinos


Cerramos los ojos, y permanecemos en silencio.
Ahora son nuestros ojos y oídos internos los que toman el control. Y nuestra mente permanece en calma y en silencio.
Respiramos lentamente.  Cada inspiración es larga, permitimos una pausa de 3 tiempos para luego soltar el aire, también lento, contando hasta 7.  Mantenemos el ritmo.

Con nuestra mente viajamos hacia ese océano perfecto, calmo, profundo, lleno de vida que conocemos desde siempre.
Nos sumergimos en él.  Sin ninguna dificultad.  Nos damos cuenta que podemos respirar libremente, que nos sentimos cómodos, que el agua nos sostiene y contiene.
La temperatura es perfecta.  Hay calma, pero mucho está sucediendo.  No estamos solos, la vida burbujea a nuestro alrededor. Toma diferentes formas que se mueven de un lado a otro, al principio lentamente y luego con más determinación.  No les perturba nuestra presencia, somos parte de ese océano, como ellas.
Escuchamos un sonido, suave, profundo, un poco grave. Vibra lento y nos rodea. Y nos acuna.
A pesar que la luz no llega hasta el fondo del océano, pareciera que vemos un color.  Un azul oscuro que varía en los tonos dependiendo de la dirección en la que miremos.
Empezamos a prestar atención en las regiones más claras y hacia ellas nos dirigimos.

Como sucede en los sueños, que son las puertas del alma, nos vemos en la playa.
Un hermoso amanecer, templado, perfumado, musical.  De fondo escuchamos un tintineo pausado. Una nota, un silencio… Y ahí está de nuevo.
La música es bella, el ritmo tranquilo y armónico. Nos apropiamos de ella. Nos reconocemos en ella.

La espalda sobre la arena, la vista en el cielo.  Ya está clareando pero los colores se mezclan entre azules, rosados, naranjas y rojos.
Sentimos el calor del sol en la cara, se siente maravilloso.
Sentimos cómo el calor se mueve por el cuerpo.  Sentimos las piernas activarse.  El calor recorre el cuerpo, lo estimula y sube hasta la cara.  Y reconocemos nuestro corazón que late pausado y rítmicamente. Nuestro corazón también hace música.  Percibimos que ha empezado a sincronizarse con ese tintineo que suena a lo lejos. 
Sentimos que despertamos. Y esa sensación nos llena de alegría.

La luz nos hace cerrar los ojos y empezamos a prestar atención a las manos. Están apoyadas sobre la arena y notamos la textura, que es suave y fluida.
La temperatura es cálida, y cuando empezamos a prestar más atención empezamos a diferenciar cada grano.
Nos detenemos en uno de ellos.  Prestamos atención a su forma, imaginamos un color para él y la manera en que refleja la luz del sol.
De a poco, nos vamos acercando, vamos adquiriendo su tamaño hasta que nos damos cuenta que somos un grano más en la playa.  Y tenemos nuestra forma y reflejamos la luz del sol. Y estamos rodeados por millones de otros granos como nosotros.
Pero, la visión de la playa se pierde y nos encontramos dentro del grano de arena, que ahora tiene una forma más orgánica, se siente viva.  Nos damos cuenta que es una célula.  Que somos una célula. Nos acompañan millones de otras que, como nosotros, viven.
Sentimos que no estamos quietas, que pequeñas vibraciones nos mantienen en movimiento.  No son movimientos bruscos pero son rítmicos… Como el tintineo… si, ese tintineo. Como cuando una gota cae en la superficie de un lago y hermosas vibraciones se expanden por el agua.  Así son los movimientos de todas las células y de nosotros también.
Sentimos cómo nos sincronizamos.  Cada una colabora en esa sincronía que representa a cada una y a todas. Y ahora podemos vibrar todas juntas y el sonido se vuelve más perceptible.  Y se expande y manda el mensaje a las que están más alejadas…
- Aquí estamos, no estás sola, esto que somos y que construimos es hermoso.  Sos parte de ello.
Y el sonido se hace cada vez más presente. Y cada una se vuelve más luminosa, y la luz se torna dorada.  Todas vibran, todas cantan y todas se iluminan en dorado.

Empezamos a alejarnos, ya no distinguimos una célula de otra.
Empezamos a reconocer los bordes del grano de arena y la playa.
Empezamos a reconocer nuestras manos.

Tomamos una bocanada larga de aire.  Descubrimos que el perfume tiene sabor.  Y sonreímos porque nos resulta agradable.
Entonces, tomamos otra bocanada de aire y prestamos atención al recorrido del mismo dentro de nuestro cuerpo.
Lo sentimos recorrernos.  Al entrar, baja, pasa por nuestros brazos, nuestro pecho, sigue hacia las piernas y llega a los pies. Mientras se mueve, sentimos que cada lugar se llena, ocupa más espacio y se revitaliza.
Soltamos el aire y prestamos atención a la sensación en cada parte.  Percibimos cómo los músculos se relajan, cómo nos volvemos más livianos.
Inspiramos de nuevo.  El aire que entra tiene un tono claro y brillante.  Es fresco y perfumado.  El perfume es un poco picante y nos hace cosquilla en la nariz. A su paso, todo se despeja y energiza.
Lo dejamos salir. Y con él salen las incomodidades, los dolores, los miedos, las dudas, las tristezas, los enojos. Y nos sentimos más livianos.
Cada inspiración aclara y refresca nuestro interior.  Cada espiración remueve y limpia lo que ya no tiene espacio en nosotros, porque su tiempo ya pasó.
Nuestra respiración es un principio y es un fin.

Pero el aire no está quieto, se mueve, como el viento en nuestra playa. Y nuestro viento interno, nuestra bella brisa, nos recorre. Evita que algo se estanque, deje de fluir. 
Este hermoso viento, que asciende y sobrevuela nuestra superficie es el mensajero que transporta la música que creamos.
Vemos cómo facilita nuestra sincronía y construye las armonías y sus variaciones. Lo seguimos y nos volvemos parte de él.
Lo que sucede en una región es comunicada a las otras por su intermedio.  Descubre, permite iluminar, transporta y distribuye.
Nos soltamos de su cola y lo dejamos seguir su recorrido.  No se fatiga, siempre curioso, no hay rincón que no visite.
Quietos en nuestro centro, lo vemos recorrer alegre cada rincón de nosotros mismos. Y en nuestra quietud lo escuchamos cantar.

Inspiramos y sentimos el perfume. 
Huele a flores, a pasto mojado, a frutas dulces, a fogón encendido, a limones, a especias picantes, a chocolate, a hogar.

Ahora, que encontramos nuestro centro, que nos reconocemos en él, que sabemos que somos en él, allí nos quedamos.
Es nuestro refugio, nuestro santuario. Tenemos todo lo necesario para que tome la forma que más nos guste y haga felices.  Y de modificarlo cada vez que haga falta o lo deseemos. Ello está sólo en nuestras manos. 

Permanecemos en él todo el tiempo que sea necesario, sabiendo que podemos ir venir cuando queramos.

Namasté


Canalizado por Mariela Gingarelli
24-5-2020



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