Cerramos
los ojos, y permanecemos en silencio.
Ahora son nuestros ojos y oídos internos los que
toman el control. Y nuestra mente permanece en calma y en silencio.
Respiramos lentamente. Cada inspiración es larga, permitimos una
pausa de 3 tiempos para luego soltar el aire, también lento, contando hasta
7. Mantenemos el ritmo.
Con nuestra mente viajamos
hacia ese océano perfecto, calmo, profundo, lleno de vida que conocemos desde
siempre.
Nos sumergimos en él. Sin ninguna dificultad. Nos damos cuenta que podemos respirar
libremente, que nos sentimos cómodos, que el agua nos sostiene y contiene.
La temperatura es
perfecta. Hay calma, pero mucho está
sucediendo. No estamos solos, la vida
burbujea a nuestro alrededor. Toma diferentes formas que se mueven de un lado a
otro, al principio lentamente y luego con más determinación. No les perturba nuestra presencia, somos
parte de ese océano, como ellas.
Escuchamos un sonido, suave,
profundo, un poco grave. Vibra lento y nos rodea. Y nos acuna.
A pesar que la luz no llega
hasta el fondo del océano, pareciera que vemos un color. Un azul oscuro que varía en los tonos
dependiendo de la dirección en la que miremos.
Empezamos a prestar atención en
las regiones más claras y hacia ellas nos dirigimos.
Como sucede en los sueños, que
son las puertas del alma, nos vemos en la playa.
Un hermoso amanecer, templado,
perfumado, musical. De fondo escuchamos
un tintineo pausado. Una nota, un silencio… Y ahí está de nuevo.
La música es bella, el ritmo
tranquilo y armónico. Nos apropiamos de ella. Nos reconocemos en ella.
La espalda sobre la arena, la
vista en el cielo. Ya está clareando
pero los colores se mezclan entre azules, rosados, naranjas y rojos.
Sentimos el calor del sol en la
cara, se siente maravilloso.
Sentimos cómo el calor se mueve
por el cuerpo. Sentimos las piernas
activarse. El calor recorre el cuerpo,
lo estimula y sube hasta la cara. Y
reconocemos nuestro corazón que late pausado y rítmicamente. Nuestro corazón
también hace música. Percibimos que ha
empezado a sincronizarse con ese tintineo que suena a lo lejos.
Sentimos que despertamos. Y esa
sensación nos llena de alegría.
La luz nos hace cerrar los ojos
y empezamos a prestar atención a las manos. Están apoyadas sobre la arena y
notamos la textura, que es suave y fluida.
La temperatura es cálida, y
cuando empezamos a prestar más atención empezamos a diferenciar cada grano.
Nos detenemos en uno de
ellos. Prestamos atención a su forma,
imaginamos un color para él y la manera en que refleja la luz del sol.
De a poco, nos vamos acercando,
vamos adquiriendo su tamaño hasta que nos damos cuenta que somos un grano más
en la playa. Y tenemos nuestra forma y
reflejamos la luz del sol. Y estamos rodeados por millones de otros granos como
nosotros.
Pero, la visión de la playa se
pierde y nos encontramos dentro del grano de arena, que ahora tiene una forma
más orgánica, se siente viva. Nos damos
cuenta que es una célula. Que somos una
célula. Nos acompañan millones de otras que, como nosotros, viven.
Sentimos que no estamos
quietas, que pequeñas vibraciones nos mantienen en movimiento. No son movimientos bruscos pero son rítmicos…
Como el tintineo… si, ese tintineo. Como cuando una gota cae en la superficie de
un lago y hermosas vibraciones se expanden por el agua. Así son los movimientos de todas las células
y de nosotros también.
Sentimos cómo nos
sincronizamos. Cada una colabora en esa
sincronía que representa a cada una y a todas. Y ahora podemos vibrar todas
juntas y el sonido se vuelve más perceptible.
Y se expande y manda el mensaje a las que están más alejadas…
- Aquí estamos, no estás sola,
esto que somos y que construimos es hermoso.
Sos parte de ello.
Y el sonido se hace cada vez
más presente. Y cada una se vuelve más luminosa, y la luz se torna dorada. Todas vibran, todas cantan y todas se
iluminan en dorado.
Empezamos a alejarnos, ya no
distinguimos una célula de otra.
Empezamos a reconocer los
bordes del grano de arena y la playa.
Empezamos a reconocer nuestras
manos.
Tomamos una bocanada larga de
aire. Descubrimos que el perfume tiene
sabor. Y sonreímos porque nos resulta
agradable.
Entonces, tomamos otra bocanada
de aire y prestamos atención al recorrido del mismo dentro de nuestro cuerpo.
Lo sentimos recorrernos. Al entrar, baja, pasa por nuestros brazos,
nuestro pecho, sigue hacia las piernas y llega a los pies. Mientras se mueve,
sentimos que cada lugar se llena, ocupa más espacio y se revitaliza.
Soltamos el aire y prestamos atención
a la sensación en cada parte. Percibimos
cómo los músculos se relajan, cómo nos volvemos más livianos.
Inspiramos de nuevo. El aire que entra tiene un tono claro y
brillante. Es fresco y perfumado. El perfume es un poco picante y nos hace
cosquilla en la nariz. A su paso, todo se despeja y energiza.
Lo dejamos salir. Y con él
salen las incomodidades, los dolores, los miedos, las dudas, las tristezas, los
enojos. Y nos sentimos más livianos.
Cada inspiración aclara y
refresca nuestro interior. Cada espiración
remueve y limpia lo que ya no tiene espacio en nosotros, porque su tiempo ya
pasó.
Nuestra
respiración es un principio y es un fin.
Pero el aire no está quieto, se
mueve, como el viento en nuestra playa. Y nuestro viento interno, nuestra bella
brisa, nos recorre. Evita que algo se estanque, deje de fluir.
Este hermoso viento, que
asciende y sobrevuela nuestra superficie es el mensajero que transporta la
música que creamos.
Vemos cómo facilita nuestra
sincronía y construye las armonías y sus variaciones. Lo seguimos y nos
volvemos parte de él.
Lo que sucede en una región es
comunicada a las otras por su intermedio.
Descubre, permite iluminar, transporta y distribuye.
Nos soltamos de su cola y lo
dejamos seguir su recorrido. No se
fatiga, siempre curioso, no hay rincón que no visite.
Quietos en nuestro centro, lo
vemos recorrer alegre cada rincón de nosotros mismos. Y en nuestra quietud lo
escuchamos cantar.
Inspiramos y sentimos el
perfume.
Huele a flores, a pasto mojado,
a frutas dulces, a fogón encendido, a limones, a especias picantes, a chocolate,
a hogar.
Ahora, que encontramos nuestro
centro, que nos reconocemos en él, que sabemos que somos en él, allí nos
quedamos.
Es nuestro refugio, nuestro
santuario. Tenemos todo lo necesario para que tome la forma que más nos guste y
haga felices. Y de modificarlo cada vez
que haga falta o lo deseemos. Ello está sólo en nuestras manos.
Permanecemos en él todo el
tiempo que sea necesario, sabiendo que podemos ir venir cuando queramos.
Namasté
Canalizado
por Mariela Gingarelli
24-5-2020
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