Aún en la ausencia del tiempo, lo cierto es que hace unos meses caminaba por Paris, ciudad a la que llegué en un tren de andar rápido y frenadas lentas. En el camino vi campos, galpones viejos, hojas de otoño, tractores trabajando, animales buscando pasto, pueblos que se acercaban y se alejaban, historias mínimas. Y en París, caminando, me vi en Notre-Dame, que estaba diferente, cambiada. Transmutada. En mi interior, lo primero fue una puntada en el pecho que se hizo ardor. Después sentí a María. Madre Divina. Su entrega fue la de una llave blanca. Una llave para el corazón, eso dijo. Esa noche me fui a dormir pensando que la llave blanca era para abrir mi propio corazón que antes del sueño se hizo enorme y viajó al Centro de la Tierra, donde hay un poquito del corazón de Todos en Uno. Hoy, en cambio, ya lejos de Notre-Dame, de vuelta en Argentina, pero muy cerca del agua, me vuelvo a encontrar con otra llave. Terrenal María, en enseñanza divina, se hizo present...